No tienen vergüenza y la gente perdió la reacciónEl gobierno y sus estructuras corruptas han perdido no solo la vergüenza sino la dignidad.
El gobierno y sus estructuras corruptas han perdido no solo la vergüenza sino la dignidad. No se puede hablar de ética porque es algo que desconocen supinamente, pero al menos, uno espera ciertos rasgos de sensatez a la hora de guardar las formas, pero no; nada se puede esperar ya de un poder que ha canibalizado la política, ha sumido la función pública en lo más bajo, ha corroído la relación del Estado entre los privados y bastardea constantemente desde las leyes mínimas hasta la Constitución. Esto no es una democracia; quizás no se pueda hablar de dictadura como término natural, pero al menos, de esa manera habría una calificación posible a esto, que es cualquier cosa.
El kirchnerismo en su desesperación por retener el poder, ganarle la guerra a Clarín y hacer lo posible por mantenerse más allá del 2015, es capaz de los más extravagantes dislates, ahora ¿Es culpa del kirchnerismo hacer lo que se le antoja o es culpa de quienes toleran que el krichnerismo haga lo que quiera?. Está claro que la falta de reacción pública hacia la acción impune con que se maneja el oficialismo tiene una raíz común: la tolerancia pública.
A la parcimonia de Jueces y Fiscales con obligación de actuar rápidamente sobre los casos de corrupción, que debieran ser removidos por cómplices, se suman las maniobras especulativas del gobierno y la manipulación de las instituciones. Para borrar de un plumazo la división de poderes y poner todo bajo la manu military de Cristina y sus laderos, no se han escatimado esfuerzos para forzar cualquier situación e institución democrática.
Con diputados y senadores que no representan a nadie, nada más que sus propios intereses y los del gobierno, con indignos como Sabbatella que vuelve a ser diputado por un día para cumplir una orden de su patrona, con panqueques como Cabandié y Carlottos que se volvieron franciscanos en pocos minutos, con un Congreso que reactivó la Banelco del menemismo y con la caterva de impresentables que como los Kunkel, Fernández y Pichettos justifican diariamente los actos ilícitos y anticonstitucionales de un gobierno enfermo de poder, nunca vamos a crecer como nación y de no ponerle freno, nos dirigimos hacia el fin de la República.
Sin embargo, la culpa no es de ellos; el delito, la corrupción y la desvergüenza siempre han existido (tal vez no en esta dimensión) y existirán, sin lugar a dudas. El problema es de quién lo deja crecer y es ahí donde todos, como sociedad, tenemos la mayor de las culpas.
El gobierno y sus estructuras corruptas han perdido no solo la vergüenza sino la dignidad. No se puede hablar de ética porque es algo que desconocen supinamente, pero al menos, uno espera ciertos rasgos de sensatez a la hora de guardar las formas, pero no; nada se puede esperar ya de un poder que ha canibalizado la política, ha sumido la función pública en lo más bajo, ha corroído la relación del Estado entre los privados y bastardea constantemente desde las leyes mínimas hasta la Constitución. Esto no es una democracia; quizás no se pueda hablar de dictadura como término natural, pero al menos, de esa manera habría una calificación posible a esto, que es cualquier cosa.
El kirchnerismo en su desesperación por retener el poder, ganarle la guerra a Clarín y hacer lo posible por mantenerse más allá del 2015, es capaz de los más extravagantes dislates, ahora ¿Es culpa del kirchnerismo hacer lo que se le antoja o es culpa de quienes toleran que el krichnerismo haga lo que quiera?. Está claro que la falta de reacción pública hacia la acción impune con que se maneja el oficialismo tiene una raíz común: la tolerancia pública.
A la parcimonia de Jueces y Fiscales con obligación de actuar rápidamente sobre los casos de corrupción, que debieran ser removidos por cómplices, se suman las maniobras especulativas del gobierno y la manipulación de las instituciones. Para borrar de un plumazo la división de poderes y poner todo bajo la manu military de Cristina y sus laderos, no se han escatimado esfuerzos para forzar cualquier situación e institución democrática.
Con diputados y senadores que no representan a nadie, nada más que sus propios intereses y los del gobierno, con indignos como Sabbatella que vuelve a ser diputado por un día para cumplir una orden de su patrona, con panqueques como Cabandié y Carlottos que se volvieron franciscanos en pocos minutos, con un Congreso que reactivó la Banelco del menemismo y con la caterva de impresentables que como los Kunkel, Fernández y Pichettos justifican diariamente los actos ilícitos y anticonstitucionales de un gobierno enfermo de poder, nunca vamos a crecer como nación y de no ponerle freno, nos dirigimos hacia el fin de la República.
Sin embargo, la culpa no es de ellos; el delito, la corrupción y la desvergüenza siempre han existido (tal vez no en esta dimensión) y existirán, sin lugar a dudas. El problema es de quién lo deja crecer y es ahí donde todos, como sociedad, tenemos la mayor de las culpas.